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HISTORIA

Palabras de Jorge Boccanera, con ocasión a la presentación de la Colección de Poesía, 2002.


Me ha tocado presentar varias cosas en estos años, pero es la primera vez que presento un perro y de colores vivos, esta vez para decir que ha cambiado de plumaje, que viene con pezuñas y escamas, con aletas y hocico. Y que ladra poemas.

Porque el asunto es dar la bienvenida a la colección de poesía del sello editorial Perro Azul, con nuevo formato; un libro más cerca de lo artesanal o más lejos de la ampulosidad y brillo del best seller, según se lo vea. Más objeto, más hecho a mano y con una portada de cartón kraf y una gota de color en la mejilla, porque a estos nuevos libros los identifica una breve obra plástica o una fotografía en el centro de la portada. Y esta ilustración puede ser incluso del propio poeta (como es el caso de uno de los libros editados, el de Emilia Villegas).

No hay duda de que la poesía vive en el polo opuesto de los agoreros, los que se pasan la vida señalando la fecha de caducidad de todo aquello que verdaderamente interesa en la vida. Y si no, basta ver el dato de cuándo nació la colección de poesía de Perro Azul, nada menos que el año 2000: fin del mundo, apocalipsis, sanseacabó.

Y sin embargo, como las grandes utopías -el amor, la inventiva, la lucha por los cambios- la poesía vive de morirse, baila en puntas de pie en el borde de los abismos; es, como dijo un poeta, la única prueba de la existencia del hombre sobre la tierra y sigue siendo el hambre de todas las cosas, como afirmó otro, ése que agrega: la poesía mira a la muerte a los ojos, la poesía es un árbol sin hojas que da sombra.

Todo esto lo sabe, lo intuye, lo masculla, Carlos Aguilar, quien dirige las pisadas de este Perro Azul desde hace cuatro años y que, como los editores de raza, se ha lanzado a esta aventura. Hay que reconocer en él no sólo un esfuerzo y una voluntad, sino su calidad de amigo, su sensibilidad de artista plástico y su conocimiento en todo lo concerniente a la letra impresa.


En este sentido, quiero reparar en que quizá Perro Azul esté haciendo, sin quererlo, un homenaje a la paradoja de juntar la actualidad y la tradición: por un lado, esa vos de perro (o tos de perro) que es la del antihéroe y del poeta como bufón doliente (para usar palabras de José E. Pacheco); por el otro, todo lo que los poetas del siglo XIX depositaban en ese color que fue el título del libro de Darío que en 1888 inauguró el Modernismo. Azul también fue el título de una revista de Gutiérrez Nájera, popular en su tiempo. Un verso de Víctor Hugo decía “el arte es azul” y el azul equivalía al infinito, a aquello que está por encima de la vida diaria.

Por otro lado, este Perro Azul me trae a la mente una manera de denominar grupos, editoriales y publicaciones apelando a la zoología; recuerdo nombres como Pájaro Cascabel, El Ala del Tigre, Manatí, Cormorán y Delfín, El Oso Hormiguero, El Caballo Rojo, El Techo de la Ballena, El Cangrejo Pistolero. Y paro ahí.

Era necesario que apareciera un sello como Perro Azul para complementar el medio editorial, apostando en general a las voces nuevas y a tendencias que hoy han elegido una modalidad diferente de nombrar el mundo. Y surge justamente en un tiempo que, a mi modo de ver, la poesía costarricense se mueve; quiero decir que pasa por un momento interesante no porque haya muchos nuevos poetas, sino por la diversidad de estilos, de tonos, de riesgos asumidos con el lenguaje. Y también por una profusión de espacios ocupados por los propios autores en el país tanto en instituciones culturales, bares y restaurantes, como en eventos fuera de las fronteras de Costa Rica.



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